“El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré” (Jn. 14, 12-14).
Hoy se pone en cuestión el valor, la importancia y la necesidad de las oraciones privadas de petición, y se viene a decir que las preces que la Iglesia dirige a Dios en la Santa Misa, y en la celebración del Oficio divino, suplen con ventaja estas peticiones. Por si el texto del Evangelio de hoy no fuera suficientemente claro a este respecto, les sintetizo lo que Pío XII escribió en su encíclica Mystici Corporis Christi (nº 40).
Comienza el Papa señalando que algunos niegan el valor de la oración personal, considerándola menos eficaz que la oración pública hecha en nombre de la Iglesia. Sin embargo, esto es un error. El Papa afirma que Cristo está íntimamente unido a cada fiel, no solo a la Iglesia como Esposa, y desea tratar personalmente con cada alma, especialmente después de recibir la Eucaristía.
Aunque la oración pública tiene una dignidad especial por provenir de la Iglesia, todas las oraciones —incluso las privadas— tienen gran valor y contribuyen al bien del Cuerpo Místico de Cristo. Gracias a la comunión de los santos, lo bueno que hace un miembro beneficia a todos. Por eso, cada fiel puede pedir gracias, incluso materiales, siempre que lo haga con humildad y conforme a la voluntad de Dios.
Señor Jesús, Tú me invitas a pedir con confianza en tu Nombre. Que no dude nunca del valor de mi oración, por pobre que sea. Enséñame a pedir bien, a pedir con fe, con humildad, abandono y reverencia, sabiendo que todo lo que me das, si lo recibo con amor, glorifica al Padre y me une más a ti. Amén.
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