martes, 13 de mayo de 2025

ALEGRÍA, POBREZA, FE


    Ayer lunes hemos estado visitando, como peregrinos, la ciudad de Asís y sus maravillas. A medida que recorríamos sus calles antiguas, tan llenas de historia y de alma, sentía crecer en mí una emoción serena y una devoción honda. Al entrar en la Basílica de San Francisco y venerar su tumba, ya las lágrimas nublaban los ojos y la ternura inundaba el corazón. Contemplando las pinturas que narran su vida, y esos retratos tan antiguos de Francisco y de Clara, recordé y comprendí con mayor claridad que hombres y mujeres como ellos pisaron esta misma tierra, vivieron dificultades parecidas a las nuestras y, sin embargo, supieron anteponer a Dios a todo lo demás.


    Vivieron la alegría y la pobreza. Pero no cualquier alegría ni cualquier pobreza. Su alegría no brotaba de tener cubiertas sus necesidades ni de ver satisfechos sus deseos. Era una alegría pura, nacida del saberse infinitamente amados por Dios; una alegría que brotaba de verse asociados a la pasión de Cristo. En medio de sufrimientos, de incomprensiones, de carencias y humillaciones, eran felices porque se sabían llamados a seguir a ese Señor crucificado, a ese Redentor que había dado todo por amor. Su alegría era fe vivida, encarnada, irradiada.


    Y vivían la pobreza, sí. Pero no como simple renuncia a las cosas, ni como una actitud ascética que ve en lo material un obstáculo o un estorbo. Vivían una pobreza mística. Porque Francisco descubrió —y esto hay que decirlo con valentía— un secreto grandioso, revelado sólo por el Espíritu Santo: que Dios es pobre. No solo Jesús, el Hijo encarnado. No solo el que nació en un pesebre, vivió sin tener dónde reclinar la cabeza y murió desnudo en una cruz. No. Dios es pobre. La Trinidad es pobre, porque Dios es donación. Porque todo lo que es y todo lo que tiene lo entrega. El Padre no es sino un acto eterno de vaciamiento amoroso hacia el Hijo. El Hijo, a su vez, se entrega plenamente al Padre. Y el Espíritu es esa donación recíproca de ambos, hecha Persona, hecha Vínculo de Amor. El ser mismo de Dios es comunión en el despojo, riqueza en la entrega, plenitud en la pobreza.


    Eso comprendió Francisco. Por eso quiso ser pobre. Porque vio en la pobreza no una estrategia de perfección espiritual, sino una participación real en el misterio mismo de Dios. Por eso Clara lo siguió, con el mismo ardor, con la misma ternura abrasadora. Ellos fueron testigos del Dios pobre, del Dios que da y se da sin retener nada, y su vida entera se convirtió en alabanza y en espejo de ese Dios.


    Qué contraste con nuestro mundo opulento, tecnológico, lleno de cosas y vacío de sentido. Qué lejos vivimos de esta verdad. Que san Francisco y santa Clara intercedan por nosotros, para que podamos también nosotros ser reflejo de la Trinidad, en la alegría, en la pobreza, y en la entrega.





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