sábado, 17 de mayo de 2025

CUANDO NO LLEGO A TODO


    “Felipe le dice: ‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’. Jesús le replica: ‘Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí?’” (Jn. 14, 8-10).


    A veces, como Felipe, también yo me descubro diciendo: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Pero, ¿no es esto lo que he visto ya tantas veces? En la emoción de los descubrimientos hechos en una peregrinación, en la ternura de una oración que brota sin esfuerzo, en el rostro y las expresiones agradecidas de quienes escuchan una palabra tuya en mis labios fatigados y secos… ¿Y sin embargo, por qué sigo pidiendo una señal, una prueba, una presencia más clara?


    He regresado hace muy poco de tierras italianas, después de recorrer lugares en que grandes santos buscaron tu rostro. Y sin embargo, al volver, me encuentro sin reposo. Se acumulan las tareas, las demandas, los compromisos. Apenas deshago la maleta y ya me veo en una graduación, rodeado de jóvenes que celebran el fin de su etapa escolar, y luego, sin apenas aliento, preparando una conferencia sobre el matrimonio cristiano, para marcharme la semana siguiente, bastante lejos, y tener tres días de retiro con seglares en un monasterio benedictino. La siguiente semana serán ejercicios espirituales a monjas capuchinas y la siguiente… Me falta tiempo, me faltan fuerzas, y en medio de ese torbellino, me asalta una sospecha dolorosa: ¿te estoy siendo fiel, Señor? ¿No estaré abandonando los lugares donde verdaderamente me necesitas?


    Y entonces, como respuesta suave pero firme, llegan estas palabras tuyas: “¿No me conoces, Felipe?” Y siento que me las dices también a mí: “¿No te das cuenta de que estás conmigo en todo esto? Que cuando hablo, Tú hablas. Que cuando camino sin descanso, tú caminas conmigo. Que cuando te sientes incapaz, es entonces cuando más me sostienes”. No estás lejos, Señor, no te escondes. Tú eres el rostro del Padre, y yo he visto ese rostro muchas veces. Pero necesito aprender a reconocerte también en el desgaste, en la fatiga, en esa sensación de insuficiencia que tantas veces me acompaña. Porque ahí también estás Tú, escondido, silencioso, presente.


    Jesús, Señor mío, no permitas que mi cansancio me robe la alegría de servirte. No dejes que las exigencias del día me hagan perder de vista tu singular presencia. Que no olvide que Tú estás en el Padre y el Padre en ti, y que también yo estoy en tus manos, incluso cuando me siento desbordado. Dame la gracia de reconocer tu presencia en medio del ritmo acelerado, y que mi deseo de fidelidad no se ahogue en la culpa ni en el agotamiento. Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero. Amén.

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