lunes, 5 de mayo de 2025

EL VERDADERO PAN QUE SACIA


    Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios”. Ellos le preguntaron: ‘Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?’ Respondió Jesús: ‘La obra de Dios es esta: que creáis en el que Él ha enviado’” (Jn. 6,26-29).


    No es difícil seguir a Jesús cuando multiplica el pan. Lo difícil es seguirlo cuando el pan escasea y cuando no hay milagros. Esta palabra que pronuncia el Señor, aunque parezca una corrección dirigida a la multitud, es en realidad un espejo colocado delante de cada uno de nosotros: ¿por qué lo seguimos? ¿Por qué lo buscamos? El diálogo sucede justo después de la multiplicación de los panes y los peces. La gente ha sido testigo de un milagro, pero no lo ha entendido como un signo. Ha comido, sí, pero no ha abierto los ojos del alma. Jesús los mira con cierta tristeza. No hay ira, pero sí verdad: “me buscáis porque comisteis pan hasta saciaros”. A veces buscamos a Dios como se busca un supermercado: para que nos llene la cesta de la compra, para que nos proporcione suministros, para que reponga el vacío del frigorífico. Pero el pan que sacia el estómago no es el que salva.


    Las palabras de Jesús se convierten entonces en una exhortación:“Trabajad no por el alimento que perece”. ¿Qué pasaría si hoy mismo esta frase nos cayera encima como un rayo? ¿Qué pasaría si todo lo que hacemos —nuestras agendas, nuestros planes, nuestras preocupaciones, incluso nuestras devociones— estuviera sostenido por un hambre que no es el hambre verdadera? Hay un alimento que se estropea y otro que permanece. El primero es llamativo, fácil de encontrar e inmediato. El segundo es discreto, lento y exige fe. Jesús nos dice que ese alimento nos lo dará Él, pero no como recompensa por nuestros méritos, sino porque para eso ha sido consagrado por el Padre.


    La pregunta que brota de la multitud es honesta, casi infantil: “¿qué tenemos que hacer?”. Esperan una instrucción detallada, una receta, una estrategia. Jesús responde con una desarmante simplicidad: “Creed en el que Él ha enviado”. No les da tareas, sino a su persona. No les ofrece instrucciones, sino un rostro. No les pide esfuerzo, sino confianza. Esta es la obra de Dios: no una obra que hacemos nosotros, sino una obra que Dios quiere hacer en nosotros si nos dejamos. Creer no es solo aceptar una doctrina, sino entregarse a una Presencia que no se impone.


    Jesús, Pan verdadero bajado del cielo, no permitas que me alimente solo de lo visible, lo útil, lo inmediato. Dame hambre de ti. Dame fe para verte cuando no hay milagros, para seguirte cuando no hay pan. Sella mi corazón como el Padre te ha sellado a ti. Y haz que mi vida sea un acto de fe: creer en ti, aunque no entienda; seguirte, aunque no vea. Amén.

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