martes, 27 de mayo de 2025

LA ORACIÓN NOS ORIENTA


    “Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré” (Jn. 16,5-7).


    La oración nos orienta en la dirección del Espíritu. Es como una brújula invisible que, aunque no siempre entendamos sus movimientos, nos pone en camino hacia lo que agrada al Señor. En la vida cristiana, no basta con saber que existe el Espíritu Santo; es necesario dejarse guiar por Él, reconocer sus impulsos, acoger sus silencios. Jesús se marcha, pero no nos deja huérfanos. Inaugura un tiempo nuevo, el tiempo de la Iglesia, el tiempo del Espíritu, donde ya no se trata de ver a Cristo con los ojos del cuerpo, sino de reconocerlo vivo y actuante en el propio corazón y en la comunidad creyente.


    El Espíritu Santo no es una idea, ni un consuelo genérico, ni una fuerza impersonal. Es una Persona divina, cercana y viva, que habita en nosotros. Y como si fuera un buen entrenador —como ayer explicaba a un grupo de niños a quienes di la primera comunión este año—, nos enseña, nos alienta, nos corrige y nos fortalece. Nos entrena en el arte de vivir según el Evangelio, que no es el camino fácil, sino el verdadero. Nos hace fuertes para la lucha interior, para resistir al mal, para elegir lo que parece que es pérdida pero que en realidad es ganancia. En cada jornada, nos orienta como ese viento que sopla donde quiere: a veces fuerte, otras suave brisa, pero siempre presente.


    La oración es el lugar donde aprendemos a distinguir ese soplo del Espíritu. En ella dejamos de lado nuestros cálculos y previsiones, para volvernos disponibles, atentos, como velas abiertas al soplo de Dios. Él sabe hacia dónde hay que ir. Él nos impulsa hacia donde no nos atreveríamos a ir solos. La oración abre nuestros oídos a su voz y nuestros pasos a su camino. Y cuando oramos, incluso en medio de la tristeza o la confusión, como los discípulos aquella tarde, descubrimos que no estamos solos, que todo está siendo guiado con amor hacia la plenitud.


    Espíritu Santo, dulce huésped del alma, oriento mi vida hacia ti. Enséñame a escuchar, a obedecer, a confiar. Que cada oración mía sea como una vela desplegada para acoger el viento de tu gracia. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario