domingo, 16 de febrero de 2025

POBRES DE CORAZÓN

    Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo (...) Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: Bien­aventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis” (Lc. 6, 17. 20-21).


    En el evangelio de san Lucas Jesús no sube a un monte, sino que baja a la llanura para proclamar su mensaje. Muestra así que no está lejos, distante o inaccesible, sino cercano. Se pone al nivel de quienes lo escuchan, compartiendo su misma tierra, su misma humanidad. Y antes de hablar, fija su mirada en los discípulos, como para subrayar que no se trata de una enseñanza genérica, sino de una palabra personal que interpela directamente.


    Las bienaventuranzas que Jesús proclama son muy desconcertantes. Los pobres son declarados bienaventurados, pero no porque la pobreza en sí sea un ideal, ni porque el sufrimiento sea bueno. Jesús no exalta las carencias, pero sabe que los pobres no pueden apoyarse en las riquezas porque simplemente no las tienen. Esa falta les abre el corazón para depender de Dios, quien es el único que puede darles una verdadera riqueza.


    Lo mismo sucede con los que lloran. No encuentran consuelo en las palabras vacías de los demás ni en gestos superficiales como una palmadita en la espalda. Su dolor les impulsa a buscar algo más profundo, un consuelo que solo el Señor puede darles. Los que tienen hambre no pueden conformarse con promesas vacías o con aquello que no satisface de verdad. En su necesidad, se abren a esperar y recibir el alimento de Dios. Así también, los perseguidos no pueden refugiarse en la aprobación del mundo, porque esa aprobación les ha sido negada. Solo en Dios encuentran fuerza, valor y sentido para seguir adelante.


    Por otro lado, Jesús advierte seriamente a los ricos, a los saciados, a los que ríen y a los que son alabados por todos. No los condena por tener, sino por la tentación que esas posesiones traen consigo: la falsa seguridad que engendran. Cuando uno confía en sus bienes, en su comodidad o en las palabras de reconocimiento de los demás, corre el riesgo de cerrarse a Dios. Los que “lo tienen todo” parecen no necesitar al Señor y, por eso, su felicidad es superficial, frágil y pasajera.


    El mensaje de Jesús invita a una profunda conversión. Nos llama a desprendernos de aquello que no nos puede salvar, a confiar más en Dios que en nuestras seguridades humanas, y a vivir con el corazón puesto en el Reino. Las bienaventuranzas no prometen una felicidad fácil, pero sí una alegría profunda y duradera.


    Señor Jesús, que con tu mirada nos llamas a confiar solo en ti, enséñanos a desprendernos de las falsas seguridades que nos distraen de tu amor. Ayúdanos a ser pobres de corazón, hambrientos de tu Palabra, y capaces de buscar en ti el consuelo que el mundo no puede dar. Haznos vivir las bienaventuranzas con fe y alegría, sabiendo que solo Tú eres nuestra verdadera esperanza. Amén.



No hay comentarios:

Publicar un comentario