viernes, 7 de febrero de 2025

A TIEMPOS DE TRIBULACIÓN, REFUGIO SEGURO

“El Señor es mi luz y mi salvación,

¿a quién temeré?

El Señor es la defensa de mi vida,

¿quién me hará temblar?” (Sal 26,1).


Un versículo del salmo responsorial de hoy lo escogí como texto para ilustrar la estampa que me sirvió como recordatorio de mi ordenación sacerdotal.


¿Dónde tomo conciencia de que “el Señor es mi luz y mi salvación”? El texto del salmo habla de un lugar muy especial: “Oigo en mi corazón”. El corazón es el centro de la persona; allí habita Dios, allí le habla al alma. Él es la Luz: la que existía antes de que el mundo fuera, la que ilumina todas las tinieblas, interiores o exteriores. Y yo le creo. También es la única salvación frente al mal, que cada día amenaza con tragarse la pequeña barca de Pedro.


“¿A quién temeré?” Nada ni nadie, excepto Dios, tiene poder sobre el corazón del hombre para imponerse. Ni la muerte, ni la angustia, ni la soledad pueden perturbar a quien ha permitido que la Luz entre hasta lo más hondo de su ser. El cristiano posee una valentía, por así decirlo, sobrenatural.


“El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?” No es solo una defensa externa, sino una muralla espiritual, una morada interior elevada, un refugio inexpugnable donde el alma puede desaparecer a los ojos del enemigo.


Con el Salmo, también podemos repetir muchas veces esta invocación:


Me refugio en el Corazón de Jesús,

Me refugio en el Corazón Inmaculado de María. 

Me refugio en el corazón de mi madre la Santa Iglesia.

Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos,

 y huyen de su presencia los que lo odian. Amén.




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