domingo, 8 de junio de 2025

VENI, SANCTE SPIRITUS


“Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.


Entra hasta el fondo del alma,

divina luz y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre

si Tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado

cuando no envías tu aliento” 

(de la Secuencia de Pentecostés)


    En este día de Pentecostés, cuando la Iglesia entera invoca al Espíritu Santo con la antigua secuencia, se abre ante nosotros un horizonte de bellísima sencillez: el alma es morada. Y en esa morada, si no habita el Huésped divino, el Espíritu, todo queda vacío, árido, oscuro. Pero cuando Él entra, lo transforma todo desde dentro. No se impone, no grita, no arrasa: es huésped, no invasor. Se queda si se le acoge. Da descanso si se le ama. Y desde el centro del alma, que es su trono, comienza a hacer nuevas todas las cosas.


    La oración no es esfuerzo ascético para conquistar la altura de Dios, como tantas veces hemos recordado. No hay que trepar hasta Dios: basta con abrirle la puerta. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos, oramos. Hay un lugar dentro de nosotros que sólo Él puede colmar. Allí donde habita el cansancio, el duelo, la herida, el pecado… solo el Espíritu puede hacer florecer la vida nueva. Sin Él, hasta nuestras mejores obras se marchitan. Con Él, incluso las lágrimas se tornan fecundas.


    Hoy, en la celebración de esta fiesta luminosa, pidámosle que venga, que entre, que respire en nosotros. Porque el alma, cuando lo acoge, deja de estar sola. Y todo, incluso lo más oscuro, se vuelve misterio habitado.


    Ven, Espíritu Santo, dulce Huésped del alma. Entra en mí como fresca brisa en lugar caluroso, como tregua en la fatiga, como luz en el oscuro vacío. Haz de mi corazón tu morada, y no te vayas nunca. Amén.

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