“No es un salto mortal de heroísmo lo que hace santo al hombre, sino el humilde y paciente camino con Jesús, paso a paso. La santidad no consiste en aventurados actos de virtud, sino en amar junto a él” Joseph Ratzinger (1927–2022)
Vivimos en una cultura que exalta lo excepcional, los logros visibles, las hazañas que se celebran públicamente. Pero Dios no mide así la santidad. Lo decía con sencillez el futuro Papa Benedicto XVI: “No es un salto mortal de heroísmo lo que hace santo al hombre, sino el humilde y paciente camino con Jesús, paso a paso”. En un mundo que busca el brillo inmediato, la santidad se parece más al gesto de Jesús lavando los pies de sus discípulos, repetido cada día en mil gestos humildes de servicio, que al brillo de una medalla conquistada.
La santidad es amar junto a Él. No amar como si fuéramos héroes, sino como los discípulos en el camino, aprendiendo, cayendo, volviendo a empezar. Es levantarse una vez más por amor, perdonar una vez más por amor, orar una vez más aunque no sintamos nada. La santidad no se improvisa ni se gana: se acoge y se recorre, paso a paso, con Él. Jesús no busca grandes atletas del espíritu, sino amigos fieles que le acompañen en los caminos ordinarios de la vida.
Y este camino está al alcance de todos. Basta con estar dispuestos a caminar junto a Jesús cada día, en lo pequeño, en lo oculto, en lo pobre. Así se escribe la verdadera historia de la santidad.
Jesús, Maestro y Amigo, enséñame a caminar a tu lado sin buscar grandezas ni reconocimientos, sin desear admiración ni aplausos. Que me baste amar contigo y por ti, y ser fiel en lo pequeño. Amén.
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