viernes, 18 de julio de 2025

MISERICORDIA Y SACRIFICIO


    “Si comprendierais lo que significa ‘quiero misericordia y no sacrificio’, no condenaríais a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado” (Mt. 12,7-8).


    Estas palabras de Jesús caen con todo su peso sobre la religiosidad mal entendida para desenmascararla. No basta con cumplir, no basta con ejecutar o asistir a ceremonias, no basta con ofrecer cualquier cosa, de cualquier modo. No basta el sacrificio si no nace del amor, si no está envuelto en misericordia. Jesús se remite a la antigua profecía de Oseas y la lleva a plenitud en su propia Persona: Él es la Misericordia hecha carne, el Hijo del hombre que no vino a ser servido sino a servir, a sanar lo enfermo, a vendar lo herido, a abrazar lo despreciado, a perdonar al pecador.


    Cuánto nos cuesta —también a nosotros— comprender lo que significa esa frase: “quiero misericordia y no sacrificio”. Nos sentimos seguros detrás de normas, calendarios y ritos, y corremos el riesgo de condenar a los inocentes, de herir sin darnos cuenta a quien no encaja. Pero el Señor del sábado no puede ser encerrado en un día, ni en una ley, ni en una costumbre: Él habita donde hay compasión, donde se levanta al caído, donde se honra la vida, donde se perdona de corazón y donde no se condena a quien no encaja. Solo allí hay verdadero culto.


    Jesús, Señor del sábado y de mi vida entera, haz que yo comprenda y viva lo que Tú deseas: misericordia. Que no me refugie en el sacrificio vacío, sino que me acerque al centro vital del Evangelio. Enséñame a no condenar nunca, sino a mirar con tus ojos y a amar con tu Espíritu. Amén.

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