viernes, 4 de julio de 2025

FUERZA EN LA DEBILIDAD


“Porque cuando estoy débil, entonces soy fuerte” (2ª Cor. 12,10).


    No me encuentro bien de salud. El cuerpo no responde como quisiera. Y desde hace algún tiempo, parece que cualquier salida de carácter apostólico que hago se ve dificultada por un nuevo problema. Hay molestias, cansancio. No en vano, en breve cumpliré los 70 años. Y, sin embargo, debo seguir adelante. Me encuentro dando unos Ejercicios espirituales lejos de casa. Hay personas que esperan de mí una palabra de luz, hay almas que debo acompañar, hay un Evangelio que debe ser predicado hasta los confines del mundo. Todo eso continúa, y yo me descubro frágil, limitado… pero sostenido.


    Y ahí está el misterio que proclama San Pablo y encabeza este escrito: cuando ya no puedo contar con mis fuerzas, aparece la gracia del Señor. No es un sentimiento eufórico. Es una presencia serena que me mantiene en pie. Es una luz que me guía incluso si tengo fiebre o decaimiento. Es un ánimo que no es mío pero que me habita. Él actúa en mi pobreza. Él me fortalece en mi debilidad.


    Por eso no me retiro, no me encierro. Continúo, aunque a veces mi voz suene desagradable por la ronquera, aunque se vea interrumpida por toses muy aparatosas, y el taponamiento de las vías nasales me dificulte la respiración. Sigo, porque sé que Él está. Y si Él está, todo es posible. “Porque para Dios nada hay imposible” (Mt. 19, 26). La fuerza no está en mí, sino en el que me ha enviado.


    Jesús mío, Tú sabes todo lo que pesa este cuerpo cansado. Tú sabes lo que me cuesta seguir cuando siento que me he quedado sin fuerzas. Pero si Tú me das tu gracia, yo sigo. Si Tú me sostienes, yo permanezco. Si Tú me hablas, yo predico. No me dejes solo, Señor. Sé Tú mi fuerza. Susúrrame al oído: “Yo estoy contigo para librarte” (Jer. 1,8). Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario