“Muchísima gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo: ‘Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí no puede ser discípulo mío’” (Lc. 14,25-27).
Este texto del Evangelio que se lee en la misa de hoy coincide providencialmente con la fiesta de Santa Ángela de la Cruz (1846-1932). Nacida en Sevilla, procedía de una familia muy humilde y estaba profundamente enamorada de Jesucristo. Dios le concedió una luz especial para comprender el misterio de la Cruz. Su vida entera fue una respuesta silenciosa a esta palabra de Jesús: “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí no puede ser discípulo mío”. Desde muy joven comprendió que seguir a Cristo, significaba abrazar la cruz de cada día con amor y sencillez.
Fundó la Compañía de la Cruz, una congregación cuyo carisma consiste en la atención a los pobres y, especialmente, a los enfermos pobres en sus domicilios. Las hermanas de la Compañía entraban en las casas humildes para cuidarlos con ternura: les preparaban la comida, limpiaban la casa, los lavaban y los asistían con delicadeza. Pero no se trataba solo de aliviar sus cuerpos, sino también de ayudarles espiritualmente, procurando que recibieran los sacramentos si así los deseaban, y el consuelo de la fe. Todo lo hacían en pobreza y humildad, siendo verdaderamente “siervas de los pobres”, presencia luminosa de la misericordia de Cristo en medio del dolor.
Señor Jesús, que enseñaste a Santa Ángela el camino de la Cruz y del amor humilde, concédenos seguirte con fidelidad y servirte en los pobres. Que aprendamos, como Ella, a abrazar nuestras cruces con amor y esperanza, sabiendo que en ellas nos esperas Tú. Así sea.
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