“No podéis servir a Dios y al dinero. Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de Él. Y les dijo: ‘Vosotros os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios’” (Lc. 16,13-15).
Ayer celebramos un nuevo encuentro del grupo de oración Reina de la Paz, un grupo que fundé hace ya trece años y que acompaño desde entonces. La fidelidad de este grupo me ha hecho comprender de manera muy concreta lo que enseña el Evangelio: que hay que servir a un solo Señor. Perseverar juntos en la oración, mes tras mes, mantiene viva la fe, refuerza los compromisos y ayuda a sostener la esperanza. En torno a la Eucaristía, a la formación espiritual, al Rosario meditado y a la adoración del Santísimo, el grupo se ha convertido en un espacio donde muchos han aprendido a elegir de nuevo a Dios como centro de sus vidas, y a discernir sus prioridades.
También para mí ha sido una fuente de gracia. En estos años he vivido momentos de especial luz interior, intuiciones y consuelos que han nacido precisamente en la oración compartida. He comprobado que el Espíritu Santo se derrama de un modo particular cuando la Iglesia ora unida, pues Cristo cumple su promesa de estar presente allí donde dos o tres se reúnen en su nombre. La oración comunitaria nos convence de que no basta con una fe individual, sino que necesitamos sostenernos unos a otros para no cansarnos en el camino.
En los últimos cinco años, nuestro grupo Reina de la Paz ha pasado a formar parte de los Grupos de Oración del Padre Pío, movimiento fundado por San Pío de Pietrelcina en respuesta al llamamiento del Papa Pío XII a formar, por todas partes, comunidades orantes. Bajo ese paraguas espiritual, hemos sentido más viva nuestra pertenencia a la Iglesia universal. Ayer, como en cada encuentro, Cristo se nos volvió a hacer presente en medio del grupo, y su presencia nos renovó, nos purificó y nos fortaleció en la fidelidad al único Señor.
Señor Jesús, gracias por tu presencia en medio de los que oran unidos. Haz que todos los grupos de oración de la Iglesia perseveren en la fidelidad y en la sencillez de la oración compartida. Que nunca falte en ellos la luz del Espíritu y que, sirviéndote con corazón indiviso, sean en el mundo testigos vivos de tu amor y de tu presencia. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario