“Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
‘Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo’. El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
‘Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sion, mi monte santo’” (Sal. 2,2-6).
Desde el principio de los tiempos, los poderosos del mundo se alían en un intento descabellado de resistir a Dios. Los reyes, los príncipes, es decir, los grandes poderes económicos, mediáticos, políticos o militares unen sus fuerzas, tramando planes contra Jesucristo, contra su Evangelio y contra quienes quieren ser fieles a Él. Nosotros, pequeños y frágiles, a menudo experimentamos con angustia el peso de ese poder como un yugo agobiante, que amenaza con aplastarnos, con robarnos la alegría pascual que el Resucitado nos regala. Parece excesivo: las fuerzas del mundo aliadas en pleno siglo XXI contra la fe de los discípulos de Cristo… exactamente como Él ya lo predijo.
Pero el salmo nos introduce en una escena maravillosa: desde el cielo, Dios sonríe. Contempla las vanas conspiraciones de los hombres y se burla de ellas, porque no pueden prevalecer. A su tiempo, Dios habla con autoridad: proclama que ya ha establecido a su Rey, a su Ungido, en el monte santo. Nada ni nadie podrá impedir que el plan de salvación llegue a su cumplimiento. Aunque el poder de este mundo utilice toda la fuerza y la violencia de que dispone, la verdadera soberanía pertenece a Dios y a su Cristo. Nosotros, los pequeños, los pobres, los que confiamos en Él, podemos descansar en esta certeza inconmovible: el plan de Dios avanza, y la Historia tendrá un final feliz, porque su voluntad de amor es invencible.
Señor Jesús, Rey ungido por el Padre, cuando el peso del mundo amenaza con ahogar mi fe, recuérdame que Tú reinas triunfante desde la Cruz gloriosa, que tu victoria es segura. Fortalece mi corazón para que no tiemble ante los poderes de este siglo, sino que, confiado en tu soberanía, me mantenga firme en la esperanza. Amén.
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