“Yo, el Señor, tu Dios, te tomo por tu diestra y te digo: 'No temas, yo mismo te auxilio'. No temas, gusanillo de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio –oráculo del Señor–, tu libertador es el Santo de Israel (…). Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la encuentran; su lengua está reseca por la sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré. Haré brotar ríos en cumbres desoladas, en medio de los valles, manantiales; transformaré el desierto en marisma y el yermo en fuentes de agua” (Is. 41,13. 14-17).
En este bellísimo pasaje del profeta Isaías, que se lee como primera lectura de la misa de hoy, se nos revela la verdad más profunda de la relación entre Dios y sus fieles: Él no se fija en la fuerza, ni en los méritos, ni en la apariencia de los hombres, sino en la pequeñez confiada. Por eso llama a Israel “gusanillo” y “oruga”: no para humillarlo, sino para mostrar que la condición esencial del discípulo es saberse pequeño, indefenso, totalmente necesitado y vulnerable. El verdadero pobre —el pobre en el espíritu de la primera bienaventuranza— es quien ya no se engaña a sí mismo confiando en sus propias fuerzas, sino quien se reconoce incapaz de vivir y de cumplir los mandamientos sin la ayuda de la gracia. Y por eso mismo, es a él a quien Dios toma de la mano.
Quien así se sabe nada ante Dios, lo es todo para Él. El Señor no abandona a los que buscan el agua viva, aunque su lengua esté reseca por la sed. Su aparente esterilidad —¡ese desierto interior que todos conocemos!— es precisamente el lugar que Dios elige para derramar su Espíritu. Allí donde solo vemos sequedad y vacío, Él hace brotar ríos; donde el alma se siente incapaz de avanzar, Él abre manantiales que corren; donde no encontramos salida, Él transforma el yermo en fuente.
Señor Jesús, enséñanos a ser pobres en el espíritu, a desconfiar de nosotros y a confiar solo en ti. Toma nuestra mano débil y condúcenos por tus caminos. Que nuestro desierto interior se convierta, por tu gracia, en manantial de vida. Amén.
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