Páginas

miércoles, 4 de junio de 2025

ORAR CON PALABRAS AJENAS


    Creo haber leído la oración que copio al final hace muchos años, pero hoy he vuelto a encontrarla en internet. Inmediatamente me he dicho que, en este recorrido que estoy haciendo en el blog por la oración, por sus requisitos, por sus dimensiones, por sus estilos, faltaría hablar de la oración vocal, la que se realiza utilizando palabras ya ordenadas y compuestas por otro.


    Esta oración es de Thomas Merton, monje cisterciense de la estricta observancia, norteamericano, autor de numerosas obras sobre vida espiritual y contemplación. En este texto, tan sencillo como hondo, se expresa una búsqueda confiada, despojada de certidumbres humanas, pero llena de abandono en Dios. Es un ejemplo perfecto de cómo la oración vocal, aunque compuesta por otros, puede llegar a ser también profundamente personal si se reza con verdad y humildad.


    Porque orar vocalmente también es un acto de humildad: al hacerlo, reconozco que necesito ayuda para hablar con Dios, que otros —quizás en un momento de gracia o de fervor— han encontrado palabras que yo ahora no tengo, y me apoyo en ellas para sostener mi oración. Dejo de ser autosuficiente, me dejo guiar, me abro a lo que otro ha vivido y entregado. Y así, lo que empezó como una oración ajena se convierte en mía, y yo crezco en sencillez y confianza.


    Cuando tomamos en los labios las palabras de otro —como hacemos con los salmos, las oraciones litúrgicas o los textos de los santos— no estamos repitiendo como autómatas, sino participando en una comunión más amplia: la comunión de los que oran, la comunión de la Iglesia. Estas palabras, si las hacemos nuestras, si las dejamos pasar por el corazón, se transforman en verdadera plegaria viva. Y eso es lo que sucede con esta súplica de Merton: puede ser tuya, puede ser mía, puede ser de cualquiera que no sepa a dónde va, pero no quiere caminar sin Dios. 


Mi Señor Dios,

no tengo ni idea de a dónde voy.

No veo el camino que tengo por delante, 

ni puedo saber con certeza en dónde termina. 

No me conozco realmente a mí mismo, 

y el hecho de que crea estar siguiendo tu voluntad no significa que lo esté haciendo realmente.

Pero creo que el deseo de agradarte, en efecto, te agrada. 

Y espero tener este deseo en todo lo que hago.

Espero no hacer nunca nada que me aparte de ese deseo. 

Y sé que, si hago esto, Tú me guiarás por el camino correcto, aunque yo no sepa nada al respecto.

Por lo tanto, confiaré en ti siempre, aunque pueda parecer que estoy perdido y en sombras de muerte.

No temeré, porque Tú estás siempre conmigo, y nunca me dejarás enfrentar mis peligros solo.


Thomas Merton, O.C.S.O. (1915-1968)

No hay comentarios:

Publicar un comentario