Desde hace veinticuatro horas padezco una gastroenteritis aguda que me ha dejado sin fuerzas, con vómitos frecuentes y sin poder comer nada. Ni siquiera he podido celebrar la misa. En un momento en que me encontré algo mejor, me administré la comunión. Estoy dando ejercicios espirituales a monjas, y por esta causa han perdido varias meditaciones. No puedo rezar el Oficio Divino ni hacer muchas otras cosas… salvo el rosario, que no lo suelto aunque me falten las fuerzas.
Pero orar también es esto: ofrecer. Ofrecer el malestar profundo, la sensación de pobreza y de impotencia, el silencio obligado. Orar es quedarse con Él incluso cuando todo lo demás se apaga. También en esta fragilidad, cuando ya casi llega Pentecostés, sigo orando y —desde hace quince días— dando pinceladas sobre la oración. Porque nuestras pequeñas cruces, tan ridículas, tan breves, son un modo de acompañar la suya.
Hoy ya no puedo escribir más.
Jesús, recibe el malestar de este pobre cuerpo, y hazlo oración que suba hasta ti. Amén.
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