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sábado, 31 de mayo de 2025

ORAR ES ACOGER A MARÍA


    “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de ale­gría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc. 1, 42-45).


    Orar es también acoger a María. Así lo hizo Isabel, y también su hijo, Juan el Bautista, aún no nacido pero lleno del Espíritu, que saltó de gozo en su seno ante la cercanía del Salvador llevado por su Madre. Acoger a María es permitir que nuestra oración se vuelva encuentro con la alegría, con la fe, con la esperanza, con la presencia fecunda de la Madre que lleva a Jesús. No se trata de un sentimiento puramente piadoso o estético, sino el cumplimiento de un tajante mandato del Señor desde la Cruz.


    Efectivamente, también la recibió el "discípulo amado” en otro momento decisivo: la tarde del Viernes Santo. Cuando todo parecía fracaso y pérdida, Jesús entregó a María como Madre al apóstol Juan, figura de cada creyente dispuesto a escucharle y amarle incluso en medio del sufrimiento más atroz. Y desde entonces, cada discípulo que ama a Jesús es llamado a recibirla “en su casa”, es decir, en su vida más íntima, en su oración, en su dolor y en su esperanza. La presencia de María en la oración no distrae, sino que conduce al centro, al corazón del misterio: su Hijo.


    Acoger a María es orar con confianza, con ternura, con obediencia. Ella no viene nunca sola. Allí donde se la recibe, Cristo viene también. Por eso, quien ora con María aprende a decir “sí” a Dios, como Ella; a esperar la hora de Dios, como Ella; a alabarle por las maravillas que hace en los pequeños, como Ella. Y el alma, como Juan en el seno de Isabel, comienza a saltar de gozo, aun en medio de la oscuridad del mundo.


    María, Santa Madre de Dios y Madre mía, enséñame a orar abriéndome a tu presencia. Que nunca cierre la puerta de mi corazón cuando vengas con Jesús. Y que mi vida, al igual que la tuya, sea un espacio fecundo donde la Palabra de Dios pueda ser escuchada y acogida. Amén.

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