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viernes, 7 de noviembre de 2025

TÚ AL MENOS


    “El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia. Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad” (Sal. 97,2-4).


    El salmista canta, en el salmo responsorial de hoy, la manifestación de la salvación de Dios ante todos los pueblos. No se trata de un acontecimiento oculto ni reservado a unos pocos elegidos, sino de una revelación abierta, luminosa y universal. Dios muestra su justicia y su misericordia como quien abre un camino nuevo en medio de la historia humana. En Cristo, esta promesa alcanza su plenitud: Él es la Salvación hecha carne, la mano tendida del Padre a sus hijos, el Rostro de la fidelidad de Dios que se da a conocer hasta los confines de la tierra.


    Hoy, primer viernes de mes, recordamos las promesas del Corazón de Jesús reveladas a la monja salesa Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690). El Señor le mostró las profundidades de su Amor herido, deseoso de reparación y de atraer a todos hacia la fuente de su misericordia. A través de esta devoción, Jesús sigue dando a conocer su salvación al mundo: su justicia es el Amor que perdona, su victoria es la misericordia que vence al pecado.


    Entre las revelaciones recibidas por Santa Margarita María, destaca la llamada “gran promesa”: Jesús aseguró que concedería la gracia de la perseverancia final —es decir, morir en gracia de Dios— a quienes comulgaran durante nueve primeros viernes de mes seguidos, con la intención de reparar las ofensas cometidas contra su Corazón. Esta práctica de amor reparador no es un rito mágico, ni un “seguro de vida eterna” por el que se paga un precio, sino una escuela de fidelidad: nos invita a unirnos a Cristo en su deseo de salvar a todos los hombres, a comulgar con fe viva y a perseverar siempre en la amistad con Él.


    Jesús, manso y humilde de Corazón, en ti confiamos. Danos la gracia de reparar tus heridas con nuestro amor y de vivir unidos a ti, para que tu salvación se dé a conocer en toda la tierra. Amén.

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