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jueves, 6 de noviembre de 2025

PERDIDOS EN CASA


    “¿Qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: ‘¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido’. Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lc. 15,8-10).


    La parábola de la dracma perdida, junto a la de la oveja perdida que la precede, presenta el misterio del pecado y de la conversión con el esquema de la pérdida, la búsqueda y el encuentro. También la de la oveja habla de algo perdido y hallado; pero la dracma lo hace de modo más explícito, porque una moneda no puede marcharse ni regresar: solo puede ser encontrada. Así subraya Jesús que toda la iniciativa es de Dios: Él enciende la lámpara, Él barre la casa, Él busca con cuidado “hasta que la encuentra”, Él convoca a la alegría. La conversión es, ante todo, victoria de Dios.


    Este acento ilumina a los oyentes de Jesús: fariseos y publicanos “perdidos”, pero perdidos muy cerca; perdidos en la ley, en el sábado, en el templo. Estaban en la casa de Dios, y sin embargo necesitaban ser encontrados por Dios. También hoy puede sucedernos: uno puede extraviarse en prácticas santas, en costumbres buenas, en tareas eclesiales… y, sin embargo, no dejarse encontrar del todo. La originalidad de esta parábola es clara: Jesús no describe aquí un alejamiento y un regreso, sino el drama de algo perdido y la pasión de un Amor que busca hasta encontrar. Por eso el centro no es el movimiento del hombre, sino la fidelidad incansable de Dios que busca, encuentra y hace fiesta.


    Señor Jesús, Amor buscador de Dios, enciende tu lámpara sobre mi vida, barre mis rincones y no te canses hasta hallarme. Que me deje encontrar por ti, y que tu alegría sea mi paz. Amén.

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