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martes, 11 de noviembre de 2025

MARTÍN DE LA CARIDAD


    “Ellos (los discípulos de Martín), todos a una, empezaron a entristecerse y a decirle entre lágrimas: ‘¿Por qué nos dejas, padre? ¿A quién nos encomiendas en nuestra desolación? Invadirán tu grey lobos rapaces; ¿quién nos defenderá de sus mordeduras, si nos falta el pastor? Sabemos que deseas estar con Cristo, pero una dilación no hará que se pierda ni disminuya tu premio; compadécete más bien de nosotros, a quienes dejas’. Entonces él, conmovido por este llanto, lleno como estaba siempre de entrañas de misericordia en el Señor, se cuenta que lloró también; y, vuelto al Señor, dijo tan sólo estas palabras en respuesta al llanto de sus hermanos: ‘Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehuyo el trabajo; hágase tu voluntad’. ¡Oh varón digno de toda alabanza, nunca derrotado por las fatigas ni vencido por la tumba, igualmente dispuesto a lo uno y a lo otro, que no tembló ante la muerte ni rechazó la vida! Con los ojos y las manos continuamente levantados al cielo, no cejaba en la oración; y como los presbíteros, que por entonces habían acudido a él, le rogasen que aliviara un poco su cuerpo cambiando de posición, les dijo: ‘Dejad, hermanos, dejad que mire al cielo y no a la tierra, y que mi espíritu, a punto ya de emprender su camino, se dirija al Señor’” (Sulpicio Severo, Cartas 3,6.9-10.11.14-17.21: SC 133,336-344).


    Hoy es la fiesta de san Martín de Tours (316?-397). Por haber celebrado durante varios años la misa en una iglesia a él dedicada, le soy devoto. Su muerte fue el último acto de una vida enteramente entregada a Dios y a los hombres. Hasta el final conservó su alma de pastor, dispuesta al sacrificio por sus fieles, sensible al sufrimiento de quienes lo amaban. Su oración final resume la caridad perfecta: un corazón totalmente abandonado a la voluntad divina y al mismo tiempo ardiente en la solicitud por los demás. “Si aún soy necesario a tu pueblo, no rehuyo el trabajo”: en esas palabras resplandece el amor que vence el cansancio y el miedo, porque se alimenta en la fe viva y en la unión con Cristo.


    En san Martín se unen el deseo del cielo y la entrega a sus tareas en la tierra; el impulso de la contemplación y la paciencia del servicio. Su vida fue oración continua, mirada constante hacia lo alto, pero también mirada compasiva hacia los hermanos. No buscó reposo para sí sino siempre el bien de las almas. En su humildad supo mantenerse en pie cuando era necesario, y caer de rodillas cuando el Espíritu lo impulsaba. Así, su muerte no fue un final, sino el cumplimiento de una existencia en la que el amor a Dios y al prójimo se fundieron en un mismo fuego.


    Pidamos al Señor que nos conceda un corazón semejante al de san Martín: vigilante en el amor, pronto para servir, y firme en la esperanza.


    Señor Jesús, Pastor eterno, enséñanos a mirar al cielo sin olvidar la tierra; a buscar tu gloria en el servicio, a no negarnos nunca a los hermanos, y a morir a nosotros mismos por amor a ti. Amén.

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