Páginas

jueves, 12 de junio de 2025

SACERDOTE PARA SIEMPRE


    Hoy es la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Fiesta también de los sacerdotes. Me he acordado inmediatamente de una oración que leí hace años, mucho antes incluso de ordenarme yo mismo sacerdote. Está en un libro cuya lectura me marcó en mi juventud: Oraciones para rezar por la calle, y se trata de la Oración de un sacerdote el domingo por la tarde. Copio aquí un fragmento, y quizás no me sea necesario añadir nada más. Creo que esta oración hoy puedo rezarla con mucha más verdad que hace cincuenta años, y me atrevería a pedirles a ustedes que, al leerla, encomienden a todos sus sacerdotes, también a aquel que se dirige a ustedes cada día a través de este canal:


    Es duro amar a todos y no retener a nadie. Es duro estrechar una mano sin desear retenerla. Es duro inspirar afecto para entregártelo a Ti. Es duro no ser nada para uno mismo para serlo todo para los demás. Es duro ser como los demás, entre los demás, y ser un distinto. Es duro dar siempre sin intentar recibir. Es duro acercarse a otros sin que nadie se acerque. Es duro recibir secretos sin poder compartirlos. Es duro cargar a los demás y nunca ser cargado. Es duro sostener a los débiles sin poder apoyarte en alguien fuerte. Es duro estar solo, ante todos, ante el mundo, ante el sufrimiento, la muerte, el pecado.

    Hijo, no estás solo. Yo estoy contigo. Yo soy tú. Para proseguir mi Encarnación y Redención, te necesito. Necesito tus manos para bendecir, tus labios para hablar, tu cuerpo para padecer, tu corazón para amar, te necesito para salvar. Quédate conmigo, hijo.

    Aquí estoy, Señor; aquí mi cuerpo, aquí mi corazón, aquí mi alma. Hazme suficientemente grande para alcanzar el mundo, suficientemente fuerte para llevarlo, suficientemente puro para abrazarlo sin retenerlo. Hazme lugar de encuentro, pero solo un paso, un camino que no se detenga en sí mismo, porque todo lo humano debe conducir a ti.

Señor, esta noche, mientras todo calla y siento la mordedura de la soledad, mientras los hombres devoran mi alma y me siento incapaz de saciar su hambre, mientras el mundo pesa sobre mis hombros con todo su peso de miseria y pecado, Te repito mi “sí”: despacio, claro, humildemente, solo, Señor, ante Ti, en la paz del atardecer.”


Michel Quoist (1921-1997), Oraciones para rezar por la calle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario