Páginas

martes, 17 de junio de 2025

LA PERFECCIÓN EVANGÉLICA

    “Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 5,46-48).


    Jesús nos sigue sorprendiendo en el Sermón de la montaña, invitándonos a salir de los estrechos límites del amor natural para entrar en el dinamismo del amor sobrenatural, divino. Amar a quien nos ama, saludar a quienes son amigos, no tiene nada de extraordinario: lo hacen todos, hasta aquellos que no conocen a Dios. Pero el Evangelio no se contenta con eso. Nos llama a amar con un corazón mucho más grande, capaz de acoger incluso al enemigo, de bendecir al que nos maldice, de perdonar al que nos hiere. Ese amor, que brota de su fuente purísima, que es Dios, y que Él mismo derrama sobre nosotros, es el que nos configura con su perfección.


    Sed perfectos”, dice Jesús. ¿Es eso posible? No se trata de una perfección que consista en la total ausencia de errores e imperfecciones, sino de una perfección del amor. El Padre hace salir el sol sobre buenos y malos, y envía la lluvia sobre justos e injustos. Su perfección consiste en su misericordia inagotable, en su ternura universal, en su amor sin condiciones. Ser perfectos como Él significa dejar que su amor nos habite, nos transforme y se manifieste en gestos concretos hacia todos, sin exclusión.


    Oh buen Jesús, enséñanos a amar como Tú: sin medida y sin condiciones. Danos un corazón nuevo, semejante al tuyo, humilde y lleno de mansedumbre, para que, amando incluso a quienes no nos aman, vivamos como verdaderos hijos del Padre. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario