“Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas” (Mt. 5,39-42).
En el Sermón de la montaña, que escuchamos estos días en el Evangelio, Jesús nos propone una radicalidad desconcertante. En un mundo en que predomina la lógica del poder, los derechos y la fuerza, Él nos muestra el camino humilde y silencioso del amor gratuito, de la entrega generosa, del perdón sin condiciones. Sus palabras no son simples recomendaciones morales, sino que nos invitan a compartir su mismo modo de ser y de actuar. Jesús mismo, en la Pasión, fue abofeteado y no respondió con violencia; fue despojado y se entregó por completo; se le exigió caminar el camino del Calvario, y avanzó hasta la muerte, cargando con la cruz, sin condiciones, por puro amor.
Al escuchar esta Palabra, se despierta en nuestro interior una resistencia natural: tememos la injusticia, el abuso, el aprovechamiento de los más desaprensivos... Pero la invitación del Maestro es clara e inequívoca, por encima de cualquier lectura simplista: romper el círculo vicioso del odio y de la venganza mediante la fuerza sorprendente y revolucionaria del amor. Este camino es difícil, pero es precisamente ahí, en esa entrega libre y confiada, donde experimentamos la verdadera libertad, la auténtica paz, y nos identificamos profundamente con Él, que dio todo por amor y sin reservas. A cada uno le toca buscar concreciones en su vida.
Jesús, enséñanos a amar con tu mismo Corazón, a entregarnos sin cálculos, a perdonar sin límites. Haznos comprender que, al vivir así, estamos construyendo tu Reino y participando plenamente de tu vida divina. Amén.
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