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martes, 10 de junio de 2025

HECHOS PARA ILUMINAR


    “Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa” (Mt. 5,14-15).


    Jesús no nos dice que deberíamos ser luz del mundo portándonos bien. Nos dice que ya lo somos. Nos ha encendido con su Espíritu Santo. Y la luz no está hecha para esconderse. ¿Por qué entonces tantos cristianos viven como si su fe fuera un secreto incómodo, como si fuera mejor no llamar la atención, no decir nada que pueda molestar? ¿Desde cuándo la luz ofende a los ojos que están en tinieblas? ¡Precisamente porque están en tinieblas, necesitan esa luz! Y, sin embargo, nos escudamos en la prudencia, en la tolerancia mal entendida, en la educación, como si evangelizar fuera un acto de violencia. Pero no, no lo es. Es un acto de amor.


    Tú y yo hemos sido encendidos por Cristo, hemos recibido su luz. ¿Qué haremos con ella? ¿Meterla debajo del sofá desde el que cómodamente nos asomamos a la vida, para que no moleste? ¿Ocultarla con excusas elegantes y miedos disfrazados de humildad? No. Hemos sido puestos “en lo alto del monte”, como ciudad visible, como faro en la noche. No somos llamados a mimetizarnos con la oscuridad para ser aceptados, sino a irradiar claridad, verdad, belleza. Hay que vivir lo que se cree, hay que creer con el corazón lo que los labios proclaman en la liturgia, aunque a veces lo digamos distraídos. No vale ya una vida gris, no vale una fe sin obras, sin testimonio.


    La luz no se impone, pero tampoco se esconde. Nuestra fe debe mostrarse, no con arrogancia, sino con claridad; no con desprecio, sino con firmeza; no con superioridad, sino con coherencia. También entre los mismos cristianos, muchos necesitan orientación: testigos, referencias vivas que les recuerden el esplendor de lo que han recibido. ¿Cómo no anunciar con entusiasmo la belleza de nuestra fe a los que no conocen a Cristo, o lo conocen mal, o lo han olvidado? Hay que hablar. Hay que decirlo. Hay que mostrarlo. Aunque el mundo se escandalice, aunque murmure, aunque se burle, aunque persiga. Ya lo hizo con el Maestro. ¿Seremos más que Él?


    Jesús, que encendiste en mí la luz de la fe, no permitas que la oculte por cobardía. Dame audacia, claridad y caridad para que otros puedan conocerte reflejado en mi vida. Amén.

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