“Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: ‘Está cumplido’. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn. 19, 30).
“Todo está cumplido”. ¿Quiere esto decir que ya no queda nada por hacer? La obra de la redención ha sido consumada con el “amor hasta el extremo”. Jesús no muere como un vencido, sino que entrega el Espíritu. Esta expresión, que literalmente se refiere a su muerte, puede también leerse como el momento en que comienza a derramarse sobre el mundo el Espíritu Santo, que brota del Corazón traspasado del Crucificado. No es un espíritu impersonal ni lejano: es el Espíritu que ya actúa en el Calvario, invisible pero eficaz. Aún no ha llegado Pentecostés, pero ya hay señales de esta presencia invisible. El centurión que ha traspasado el costado del Señor ahora lo confiesa: “Verdaderamente éste es el Hijo de Dios”. Y José de Arimatea y Nicodemo, discípulos temerosos hasta entonces, comparecen audazmente para reclamar el cuerpo del Señor y encargarse del descendimiento de la cruz y la sepultura. Los corazones se abren al misterio, la Cruz ya es fecunda.
Y así este día, que parece día de tinieblas, se revela como el comienzo de una gran luz. Porque desde la muerte de Cristo, comienza la vida del mundo. Desde su entrega, comienza la efusión del Espíritu. Y ese Espíritu empieza ya a actuar en quienes estaban paralizados por el miedo, en quienes aún no entendían, en quienes sólo ahora se acercan con amor y con respeto al cuerpo muerto del Señor. La cruz, que parecía el final, es el principio. Porque es Viernes Santo: día de dolor, sí, pero también de promesa. Porque al pie de la cruz, como un día en el Jordán, se abren los cielos y desciende el Espíritu. Porque en el santo y profundo silencio de la muerte de Jesús, Dios empieza a hablar de nuevo.
Señor Jesús, al inclinar la cabeza y entregar el Espíritu, abriste para nosotros el camino de la verdadera vida. No permitas que miremos la Cruz como un final, sino como el umbral de la esperanza. Derrama también sobre nosotros ese Espíritu que transformó los corazones a la hora de tu muerte. Amén.
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