Páginas

jueves, 17 de abril de 2025

AMOR HASTA EL EXTREMO


    “Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido” (Jn. 13,1-5).


    Hoy es Jueves Santo, día luminoso y sagrado, marcado por la memoria viva de tres dones inmensos que el Señor nos dejó en la víspera de su Pasión: la Eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor. Todo ocurrió en la intimidad de una cena, la Última Cena, en la que Jesús (que sabía que había llegado su hora) se entregó del todo, con ternura y con majestad, con humildad y con poder. En esa cena anticipó la cruz. No fue una despedida cualquiera, sino un testamento divino.


    El Evangelio nos muestra a Jesús “sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía”, y desde esa certeza se abaja. El que es Señor y Maestro se arrodilla, se ciñe como un esclavo, toma una jofaina y lava los pies. Podía haber elegido cualquier gesto para sellar su amor, pero escogió el más humilde. En silencio, uno por uno, a todos… incluso a Judas, que ya lo había traicionado en su corazón. “Los amó hasta el extremo”, no solo por lo que iba a sufrir, sino por la delicadeza de un amor que se entrega sin medida.


    En la misma cena instituyó la Eucaristía: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros… esta es mi sangre…”. El Pan partido, el Vino derramado, sacramento de la ofrenda total. Y al decir “Haced esto en memoria mía”, no solo confía a los apóstoles el poder de repetir su gesto, sino que los unge interiormente como sacerdotes suyos, servidores del altar, mediadores de la gracia, dispensadores de la misericordia. Por eso hoy es también la fiesta del sacerdocio, de ese ministerio que prolonga en la historia la presencia viva de Cristo: Pastor, Siervo, Esposo y Víctima.


    Y todo queda envuelto en el amor fraterno, ese amor nuevo que Él ha revelado con hechos: “Que os améis unos a otros como Yo os he amado”. No dice solo “amaos”, sino “como Yo os he amado”. Es decir, hasta el extremo. Con los pies en la tierra, las manos en el servicio, y el corazón en el cielo. Un amor concreto, que se arrodilla, que se cansa, que se ciñe la toalla, que lava, que perdona y que sirve, incluso al traidor. El único amor capaz de redimir el mundo.


    Día grande, día sagrado, día en que Cristo nos da la Eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento nuevo. Día para adorar, para agradecer, para dejarnos lavar los pies y para pedirle al Señor que nos enseñe a lavárselos a nuestro prójimo, amando como Él nos ama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario