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domingo, 27 de abril de 2025

8º DÍA DE LA OCTAVA PASCUAL: nuestra misericordia


(concluimos la octava pascual y la consideración de las virtudes)


    “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: ‘Paz a vosotros’. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: ‘Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo’. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos’” (Jn. 20,19-23).


    La misericordia de Dios tiene un rostro: Jesucristo resucitado, que se hace presente en medio de nuestros temores y de nuestras puertas cerradas. No nos reprocha la cobardía ni la lentitud para creer, no recrimina las negaciones ni las traiciones, sino que se presenta trayendo la paz y ofreciendo su perdón. De sus heridas gloriosas brota la vida nueva para todos. Jesús no sólo viene a perdonar, sino que envía a los suyos a ser instrumentos vivos de su perdón en el mundo. Sopla sobre ellos el Espíritu Santo, dándoles el poder de perdonar los pecados en su nombre. Así, la Divina Misericordia sigue derramándose generación tras generación, alcanzándonos a nosotros también.


    Todo cristiano ha recibido el Espíritu Santo. No para quedarse encerrado en si mismo, sino para salir al encuentro de los demás con la paz, el perdón y la misericordia de Dios. Aunque no todos tengan el poder sacerdotal de absolver los pecados, sí estamos llamados a perdonar, en nombre de Dios, las ofensas que recibamos, a ser canales de reconciliación en nuestro entorno. Cada acto de perdón, cada gesto de compasión, cada palabra de consuelo, prolonga en la historia el soplo de Jesús resucitado, que da vida, restaura y une los corazones heridos.


    Señor Jesús, rostro de la misericordia del Padre, entra también en mi vida, aunque tantas veces viva con miedo y mis puertas estén cerradas. Llena mi corazón de tu paz, derrama en mí tu Espíritu Santo, y hazme instrumento de tu perdón y de tu compasión. Amén.

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