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sábado, 26 de abril de 2025

7º DÍA DE LA OCTAVA PASCUAL: nuestra fortaleza

(seguimos en la octava pascual reflexionando sobre las virtudes: hoy a partir de la primera lectura de la misa)

    “(Dijeron los miembros del Sanedrín:) ‘les prohibiremos con amenazas que vuelvan a hablar a nadie de ese nombre’. Y habiéndolos llamado, les prohibieron severamente predicar y enseñar en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan les replicaron diciendo: ‘¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros. Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído’” (Hch. 4, 17-20).


    El mundo se alza contra la alegría de la Pascua. Se alzan contra Jesús, aunque ya no puedan hacerle daño alguno, porque Él vive para siempre, inmortal y glorioso. Y entonces, como ya no pueden herir al Maestro, se vuelven contra los discípulos. Contra nosotros. Con amenazas, coacciones, o prohibiciones disfrazadas de tolerancia, solidaridad, o modernidad, el mundo quiere que callemos el Nombre y la doctrina que nos salvan. Pero ese Nombre y esa doctrina constituyen el objeto del mandato que Jesús nos ha dado: predicarlos a todas las naciones, enseñar todo lo que Él nos ha enseñado, bautizar en el nombre de la Trinidad y dar el testimonio de una vida coherente.


    Pedro y Juan lo entendieron perfectamente. La obediencia a Dios está por encima de cualquier orden humana. Callar el Evangelio sería traicionar a Cristo. Y ellos, con la fuerza del Espíritu, proclamaron con valentía: “no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído”. Esa es la verdadera fortaleza: la que nace de la fe viva en el Resucitado, del amor que nos ha cautivado el corazón y ya no nos permite vivir solo para nosotros mismos.


    Hoy, Señor, nos damos cuenta de que nuestra fe muchas veces es cómoda, tibia, incapaz de resistir siquiera una mirada desaprobadora, una desventaja social, una burla disimulada, un pequeño desprecio. Nos avergonzamos, transigimos, silenciamos tu Nombre para evitar incomodidades, y olvidamos que Tú nos llamaste a ser testigos, no espectadores, de la Verdad.


    Danos, Señor, la virtud de la fortaleza. Una fortaleza que no sea arrogante, sino que se funde en ti. Una fortaleza humilde, perseverante, firme en el bien. Que no busque el conflicto, pero que tampoco tema al combate cuando es por tu gloria. Que no se avergüence de ti, porque Tú no te avergonzaste de llamarnos hermanos.


    Jesús, fortaléceme en el día de la prueba. Enséñame a obedecer a Dios antes que a los hombres. Hazme capaz de proclamar tu Nombre sin miedo, con la alegría incontenible de quien sabe que Tú has resucitado. Amén.

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