“Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda. Venid entonces, y discutiremos –dice el Señor–. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve” (Is. 1, 16-18).
Dios no nos encierra en nuestro pasado. No nos juzga por lo que hemos sido, sino que nos llama a lo que podemos ser. Su preocupación no es el ayer, sino el hoy y el mañana. Con palabras claras, nos exhorta: “Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien”. Este mandato no es solo una renuncia al pecado, sino la invitación activa a una transformación. No basta con evitar el mal; es necesario comprometerse con el bien. La justicia, la ayuda al necesitado, la defensa de los débiles, no son meros actos de caridad, sino brotes tiernos, señales de una vida nueva, renovada en Dios.
Además, por medio de Isaías, nos ofrece una promesa inaudita: “Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve”. Esto significa que Dios no solo nos perdona, sino que tiene el poder de reescribir nuestra historia. Se dice que el pasado es irreversible, pero para Dios, que es Señor del tiempo, nada es imposible. Puede borrar el mal cometido y reconstruirnos desde dentro. No se trata de fingir que el pecado nunca existió, sino de transformarnos en personas nuevas, en seres redimidos, libres, sin la carga pesada del ayer. Su misericordia no se limita a darnos una nueva oportunidad; nos convierte a Él, nos da una vida nueva.
Por eso, nuestra mirada debe dirigirse hacia adelante. No tiene sentido anclarse en lo que fue, ni en los errores cometidos. Dios nos invita a mirar con esperanza el futuro, a confiar en que Él puede hacer algo hermoso con nuestra vida, incluso si hemos caído muchas veces. Su gracia no solo nos levanta, sino que nos embellece, nos restaura y nos llena de su luz.
Señor, enséñame a vivir en tu misericordia, sin atarme a mis fracasos ni a mi historia pasada. Dame la gracia de aprender a hacer el bien, de caminar en justicia y verdad, y de vivir con esperanza en tu amor. Amén.
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