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viernes, 7 de marzo de 2025

EL VERDADERO AYUNO




    “Los discípulos de Juan se le acercan, preguntándole: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo: ¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán” (Mt. 9,14-15).


    Señor Jesús, Esposo que nos ha sido arrebatado, eres fuego ardiente que consume toda tibieza, que excluye toda componenda, que desnuda toda falsedad. Eres amor desbordante que no se deja encerrar en los estrechos límites humanos. 

    Hoy vengo a tu presencia, postrado en adoración, con el deseo de amarte más, de serte más fiel, de no anteponer nada a tu amor. Miras mi corazón y lo ves con frecuencia dividido, distraído, entretenido con lo que no alimenta, deslumbrado con lo que no sacia. ¿Cómo podría ayunar solo con el cuerpo si mi alma sigue llena de vanidades, de palabras inútiles, de pensamientos desordenados?


    Maestro bueno, enséñame el verdadero ayuno, ese que Tú esperas de los que te aman. No un ayuno que se limita a lo externo, sino un ayuno que llegue hasta el fondo de mi ser, que me vacíe de mí mismo para llenarme de ti. Que en esta Cuaresma me prive del ruido para escuchar tu voz, que ayune de impaciencias y durezas para ser manso y tierno como Tú, que renuncie a la soberbia para abrazar la humildad de tu Corazón. Hazme ayunar de murmuraciones y juicios temerarios, de deseos de sobresalir, de todo lo que no es puro y santo. Que mi ayuno sea un despojo real, un desgarro del alma que me haga más ligero para correr hacia ti sin ataduras.


    Oh buen Jesús, óyeme: que mi ayuno sea un canto de amor, un sacrificio escondido que solo Tú veas. Que cada privación sea una afirmación de mi amor, que cada renuncia sea una declaración de que solo Tú me bastas, que cada lucha contra el pecado sea una victoria de tu gracia en mí. ¡Lléname de hambre y sed de ti, de ansias ardientes de santidad! Que mi corazón ayune del mundo para ser plenamente tuyo, y así, cuando llegue la Pascua, pueda resucitar contigo. Así sea.


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