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sábado, 1 de febrero de 2025

SIEMPRE HUMILDAD

 Lo despertaron, diciéndole: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio, enmudece! El viento cesó y vino una gran calma” (Mc. 4, 38-39).

Llama la atención, no solo la urgencia que revela el grito de los apóstoles, sino la injusta increpación al Señor que conlleva. Jesús había cuidado de ellos con una solicitud casi maternal, les había defendido en varias ocasiones de los ataques y críticas de los escribas, se había confiado a ellos y les había tomado por verdadera familia. Y ahora no se limitan a suplicar su ayuda, sino que le dicen muy alterados: “¿No te importa que perezcamos?”.


En el fondo late el primer pecado capital: la soberbia. Para ellos todo debe girar a su alrededor, plegarse a sus intereses o comodidad… incluso la naturaleza. Y el despecho, al no encontrarse con una realidad que puedan controlar, les lleva a ese intolerable exabrupto.


Por eso debemos recordar la importancia de esa “Dama misteriosa”, de la que conviene hacerse amigo si uno desea adentrarse en las moradas más cercanas al centro del “castillo interior”, como recomendó Santa Teresa. Una Dama que se llama humildad.


Es tan recatada y discreta que muchos no la conocen, o la confunden con otra. Porque humildad no consiste en pensar menos de ti mismo, sino en pensar menos en ti mismo. La diferencia no es demasiado sutil.


Pensar menos de nosotros mismos implica no reconocer nuestras cualidades y virtudes, ignorarlas o negarlas, con lo que ofendemos a quien nos las regaló, ya que todo es gracia. Pensar menos en nosotros mismos es vivir pendientes de Otro y, por tanto, aceptar serenamente que no somos el centro de nada ni de nadie, relativizar todo lo nuestro y dar prioridad a dar gloria al Señor de la Gloria. Así la alabanza, la fe o la confianza no son sino manifestaciones de la humildad.


Señor Jesús, enséñame a confiar en ti incluso cuando la tormenta parezca desbordarme. Líbrame de la soberbia que me hace querer controlarlo todo y dame la humildad para reconocer que solo en ti está la paz. Que mi vida no gire en torno a mí mismo, sino a tu gloria. Amén.



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