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domingo, 2 de febrero de 2025

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor (…), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones” (Lc. 2,22-24).


María y José ofrecen a Jesús en el Templo y nos muestran que toda nuestra vida cristiana ha de ser ofrenda. Dios nos lo ha dado todo, y la respuesta que nos pide es que nos entreguemos a Él sin reservas, no solo ofreciendo cosas exteriores, sino comprendiendo que el verdadero culto que le agrada es la entrega de nuestro propio ser: nuestra voluntad y nuestro amor. Jesús mismo vivirá su ofrenda en plenitud en la cruz, de la que la presentación en el Templo es un anticipo.

La ofrenda es, pues, un acto de obediencia. María y José cumplen la ley del Señor con humildad y fidelidad. Obedecer a Dios no siempre es fácil, porque con frecuencia querríamos seguir nuestras propias inclinaciones. Sin embargo, la obediencia es el camino del amor: quien ama, escucha; quien escucha, obedece. Afirma san Pablo que Jesús mismo, siendo Dios, fue “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2,8). Además, la obediencia a Dios se concreta muchas veces en la obediencia a las mediaciones humanas: la Iglesia, las leyes justas, las legítimas autoridades, los padres… Saber obedecer con fe y humildad es una de las formas más puras de ofrecernos a Dios.

Por otra parte, María y José ofrecen dos pequeñas aves, la ofrenda de los pobres. Y Dios se complace en ella, porque Él no exige riquezas ni grandes sacrificios materiales, sino un corazón puro y humilde. La pobreza espiritual es, en el fondo, el reconocimiento de nuestra absoluta dependencia de Dios. No es la cantidad lo que agrada a Dios, sino el amor con que se da. A veces soñamos con dar cosas grandes, aunque lo que Dios nos esté pidiendo sea lo pequeño: un sacrificio oculto, una palabra de perdón, un acto de paciencia… Gestos cuya realización no es vistosa, pero sí exigente.

Oremos pidiendo gracia:


Señor Dios nuestro, Padre bueno y misericordioso, Tú nos has dado el ejemplo de la entrega perfecta de María y José, y nos has mostrado en Jesús el sentido más profundo de la ofrenda. Enséñanos a ofrecernos a Ti cada día con humildad y amor, tanto en los pequeños como en los grandes acontecimientos de la vida. Danos un corazón obediente, que sepa escuchar tu voz y seguirte sin resistencias ni cálculos. Haznos pobres de espíritu, desprendidos de todo aquello que nos aparta de Ti, para que nuestra única riqueza seas Tú. Amén.



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