Santa Teresa nos ofrece, en su libro del Castillo Interior, una imagen extraordinaria y bellísima del alma en las quintas moradas. Habla de un gusano que se arrastra y se alimenta, y luego se encierra en un capullo de seda que teje muy apretado. Así es también el alma que, después de haber recorrido las primeras moradas y de haberse alimentado de oración, sacramentos, buenas obras, penitencias… empieza a vivir de una forma nueva su relación con Dios. Llega un momento en que siente la necesidad de recogerse, de entrar dentro de sí para estar más a solas con el Señor. Ya no busca fuera, sino dentro.
Ese recogimiento es como el estado de crisálida. Desde fuera, todo parece silencio e inmovilidad, pero en lo escondido está ocurriendo una transformación. Se está produciendo una muerte: la del yo, la del alma que aún vivía centrada en sus esfuerzos o sus sentimientos. Y cuando Dios quiere, esa muerte da paso al nacimiento de una vida nueva. El alma ya no es un gusano, sino una mariposita blanca. No vive para sí, ni se arrastra por la tierra, sino que vuela libre, unida a Dios. Porque esa es la finalidad profunda de esta transformación: la unión de voluntades entre el alma y Dios. Eso es la mariposa: la criatura nueva que ya no quiere otra cosa que lo que Dios quiere. Esa es la Pascua del alma, su verdadera resurrección.
Jesús, escóndeme en el silencio donde Tú transformas el alma. Haz que en ese recogimiento interior se apague mi voluntad y la tuya crezca en mí. Que dentro del capullo que tu amor me ayuda a tejer, muera todo lo que aún me ata a mí mismo, y brote una vida nueva, en la que ya no viva yo, sino que Tú vivas en mí. Que mi querer y el tuyo se hagan uno solo, como alas que vuelan juntas hacia lo alto. Amén.
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