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domingo, 4 de mayo de 2025

EN LA ORILLA DE NUESTRA VIDA


    “Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: ‘Muchachos, ¿tenéis pescado?’ Ellos contestaron: ‘No’. Él les dice: ‘Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis’. La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: ‘Es el Señor’” (Jn. 21,4-7).


    Ha transcurrido una noche larga, llena de cansancio y redes vacías. Los discípulos han estado faenando en el lago sin descanso, poniendo en ello todo su empeño, y sin embargo no han logrado nada. Es una experiencia muy conocida por cualquier ser humano: luchamos, intentamos triunfar, levantar el mundo con nuestro ingenio y con nuestras fuerzas… y al final, un desastre natural, una pandemia o un simple apagón nos devuelven a la cruda realidad: somos menos de lo que imaginábamos, estamos llenos de debilidad y pobreza.


    Pero cuando empieza a amanecer, aparece Jesús en la orilla; o bien, cuando aparece Jesús en la orilla, empieza a amanecer. Es una imagen preciosa y verdadera: Jesús está allí, en la tierra firme, en el punto al que, sin saberlo, nos dirigíamos. Nosotros todavía estamos en el mar, mecidos o zarandeados por las olas, remando en la oscuridad. Pero Él está cerca. No lejano, no indiferente. Está en la orilla de nuestra vida.


    Muchas veces no podemos reconocerlo. Su figura se confunde con las sombras del amanecer. Sus palabras nos llegan como una voz extraña y desconocida. Pero hay un momento en que algo en nuestro interior se despierta, una chispa de fe, una intuición que no viene de los sentidos, sino del alma, y entonces lo sabemos: “Es el Señor”. Solo el que ha afinado su oído interior es capaz de reconocer la voz del Amado. Solo quien ha vivido cerca de Jesús, en el silencio y en la escucha, sabe discernir que es Él quien habla, aunque no lo vea con claridad.


    Jesús nos llama con ternura y sencillez: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”. No nos lo pregunta para avergonzarnos, sino para mostrarnos que nos entiende, que conoce nuestro vacío y está dispuesto a remediarlo. Y entonces nos orienta, nos indica hacia dónde debemos lanzar las redes, en qué dirección debemos avanzar, cómo debemos vivir. Él no solo consuela, sino que también alienta, da sentido, ilumina y fortalece a sus pobres pescadores. Nos infunde esperanza. Nos señala el camino. Nos conduce hacia Él mismo.


    Jesús, tú estás muy cerca, en la orilla firme de mi vida, aunque tantas veces no haya podido reconocerte. Abre mis oídos interiores para que pueda escuchar tu voz. Lléname de esperanza cuando mis redes estén vacías. Guía mis pasos hacia ti. Amén.

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