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jueves, 20 de febrero de 2025

¡PONTE DETRÁS DE MÍ!

“Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: ¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” (Mc. 8, 32-33). 

    Pedro ha vivido un momento de gracia. Inspirado por el Padre, ha confesado con valentía: “Tú eres el Mesías”. Jesús lo ha elogiado, reconociendo que esa revelación no viene de la carne ni de la sangre, sino de Dios mismo. Pero inmediatamente después, algo cambia.

    Cuando Jesús empieza a hablar de su Pasión, del sufrimiento, del rechazo y de la cruz, Pedro se rebela. No está dispuesto a seguir a un Mesías sufriente. Se aparta del camino del discípulo para tratar de guiar a su Maestro. Y en ese momento, el Señor le hace ver su error: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”.

    Pedro ha dado un paso adelante para corregir a Jesús, pero el Maestro lo devuelve a su sitio. El discípulo debe ir detrás del Maestro, no delante. Seguir a Jesús no es solo confesar su nombre, sino aceptar su camino, incluso cuando conduce a la cruz.

    La tentación de Pedro es también la nuestra. Queremos que Jesús nos siga a nosotros, que se adapte a nuestros planes, que nos libre del dolor, que haga que todo sea fácil. Nos cuesta aceptar que el amor verdadero se demuestra en la entrega, en la renuncia. Queremos un cristianismo sin sacrificio, sin exigencia, sin cruz.

    Pero Jesús nos llama a una conversión profunda: “Ponte detrás de mí”. Vuelve a tu lugar de discípulo. Confía. No intentes decirle a Dios cómo tiene que actuar, sino sigue el camino que Él ha trazado, aunque a veces parezca duro o incomprensible.

    Que esta palabra de Jesús resuene en nuestro corazón: “Ponte detrás de mí”. Volvamos a nuestro sitio, volvamos a seguirlo con humildad y confianza.


    Señor Jesús,  tantas veces quiero adelantarte, decirte cómo deben ser las cosas, evitarte la cruz y evitarla yo también.

    Hoy me invitas a volver a mi sitio, a seguirte con fe, a no querer que Tú me sigas, sino seguirte yo a ti. Enséñame a pensar como Dios y no como los hombres. Amén.



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